‘Girls’ a contracorriente

Girls es una serie que refleja las vidas de un grupo que oscila entre las etiquetas de “chalados hipster”, “psicópatas sentimentales”, “paralíticos emocionales” y “pijos pseudointelectuales”. Quizá por eso me cuesta tanto escribir con claridad sobre Girls: porque es una serie bipolar, muy delimitada por sus coordenadas estéticas, generacionales e, incluso, morales.

Hay cosas que me encantan en Girls y otras que detesto. En eso, poco ha variado mi perplejidad tras la primera temporada: lean, lean. Ahí está parte de su gracia: exhibe detalles de guión muy sugerentes, trabaja subtramas certeras, regala frases memorables y, sin duda, está bien rodada, con esa sensibilidad y musicalidad indie que tan fresca se antoja. Sin embargo, todo eso convive con una sentimentalidad histérica y unos personajes narcisistas hasta el aburrimiento. El “yo mi me conmigo” me hacía más gracia el primer año; en este segundo me ha resultado excesivo, cansino.

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Por eso me sorprende la adoración con la que la acaricia la crítica televisiva global; solo he encontrado pegas similares a las mías en el L.A. Times. Ojo, no me sorprende que sea una serie que genera toneladas de tinta (luego abordaremos esto); me desconcierta que cautive tanto desde el punto de vista artístico. Me explicaré. Como decía el año pasado, es incuestionable que Girls ha captado el aroma de los tiempos, el zeitgeist de una generación hedonista y desnortada (*). Es un aroma que no me gusta, pero eso otro problema, al que también le hincaré el diente después.

(*) A veces exageramos, yo el primero, al sacar conclusiones de toda una generación. Quizá las elites culturales y ciertas tribus urbanas sí transmitan esa impresión de desconcierto y utilitarismo, pero en general, la gente de 23-24 años es mucho más madura emocionalmente (y comprometida vitalmente) de lo que se presenta en la serie. En todo caso, lo relevante es que Girls, por influencia y alcance, se ha convertido por derecho propio en “la voz de una generación”.

Muy astutamente, Dunham y Appatow han ubicado a sus personajes en un entorno que hace muy difícil criticarlos desde el punto de vista de la coherencia narrativa o la solidez argumental. Los tienen blindados. Hannah, Marnie o Jessa (por no hablar de los pardillos que son el 90 por ciento de personajes masculinos que aparecen) actúan como veletas… porque son veletas. Son jóvenes, exhalan hormonas, están confusos en su intimidad, bla, bla, bla. Los padres son tontos porque se quedaron anclados en el hippismo o el yuppismo. Y así con todos. Ergo, los personajes pueden dar un giro de 180 grados… que no pasa nada. Pueden actuar estúpidamente… que no pasa nada. Siempre están dentro de las posibilidades del personaje… ¡porque son personajes impredecibles en su concepción!

A mí eso, como espectador, no me convence. Hasta en los locos de Alguien voló sobre el nido del cuco encuentro más coherencia que en este Brooklyn tragicómico. Como Horvath y cía son presentados como personajes caprichosos y excéntricos, parece que no hay necesidad de justificar ni trabajar sus motivaciones internas.

(Espoilers de la segunda temporada a partir de aquí)

Dos ejemplos, quizá los más claros, extraídos del último tercio de temporada: el trastorno obsesivo-compulsivo de Hannah (**) y la vergüenza ajena que produce una desquiciada Marnie cantante y acosadora. Lo primero cae del cielo: ¿qué ha pasado durante los primeros siete capítulos para que, de repente, vuelvan esas molestas repeticiones y esas ganas de mutilarse? Precisamente una de mis tesis -o mis quejas- sobre el personaje interpretado por Lena Dunham es que su evolución es mínima. Gira en espiral. Las heridas y sinsabores de la primera temporada no la han hecho replantearse su (catastrófica) forma de vida lo más mínimo. ¿Por qué ahora? ¿Es la presión de la página en blanco? ¿El imposible príncipe azul del onírico 2.5.? ¿El viaje a chez Jessa? Es evidente que los guionistas han ido metiendo a Hannah Horvath en un agujero de soledad, pero lo que conocemos del personaje hasta ahora no justifica ese salto sin red hacia una patología potencialmente suicida. Es como asumir que antes había un orden en la vida de Hannah que se ha resquebrajado… Y no, la vida que nos han presentado durante las dos primeras temporadas siempre ha sido un desastre. Y a ella no le importaba demasiado. ¿Por qué ahora sí? De hecho, en la conversación con el fumeta del piso de arriba se repite la misma queja de Adam hace un año: “Eres la persona más ensimismada y presuntuosa que he conocido en mi vida”. No ha habido arco de transformación.

(**) Hasta ahora, Lena Dunham me parecía una actriz muy solvente, con su mirada frágil, su facilidad para la comedia disparatada, su magnetismo en las distancias cortas e, incluso, sus correteos patosos. Sin embargo, sus muecas “obsesivo-compulsivas” -impostadas y sobreactuadas- han evidenciado ciertas limitaciones interpretativas.  

Desde esquinas complementarias y hasta enfrentadas, en Skins o en la grandiosa Friday Night Lights -por citar dos series de adolescentes que, como Girls, pretendían superar el tópico- había personajes erráticos y jóvenes que cometían idioteces, actos irracionales. Pero, al menos, era posible rellenar la línea de puntos y “racionalizar” esos comportamientos, entenderlos en su contexto. Es lo que no consigo con Girls. Jessa, para mi gusto el personaje peor dibujado, ¿por qué camina siempre con ojos de mujer fatal? ¿Cuál es la motivación de Marnie y Charlie para “quererse”? ¿De dónde proviene la misantropía de Ray? Incluso Adam, un personaje excesivo (tan delicioso como turbador) cuya coherencia dramática defendí el año pasado, ha exhibido comportamientos que no me cuadran. Tragado el sapo de que tu madre te presente a un tipo que acaba de conocer en la reunión de Alcohólicos Anónimos (¡que ya es tragar!), vemos que Natalia es una chica dulce, agradable y bellísima. Le va la marcha. ¿Sus problemas? Que a la zagala, como que no le gusta que la pongan a cuatro patas sobre un lecho de mejillones y, bueno, que tampoco le hace especial gracia que la llamen “puta” cuando el atleta comienza su sprint. ¡Si esos son motivos para abandonar a alguien…!

Así desembocamos en el quid de la cuestión. La concepción del amor en Girls -centro gravitatorio de la serie- es reaccionaria desde mi punto de vista. Esto es lo que me asusta (intelectualmente hablando, claro), aunque supongo que para mucha gente es lo que marca la diferencia y hace de Girls algo atractivo y novedoso. Intentaré explicarme. Girls es una serie que le pega un fregado a la comedia romántica (***). La estructura básica se mantiene: chica pierde chico, chica recupera chico; solo hay que ver el triunfante facetime final o el meloseo de Marnie y Charlie at the end. La clave de todo esto es que con frecuencia presentan como amor algo que ni remotamente se le parece. Llaman amor a la obsesión; llaman amor al miedo a estar solo; incluso llaman amor al aquí te pillo aquí te mato. No, ni se me ocurriría decir que el sexo no tiene nada que ver con el amor, al contrario, es una de las formas de hacerlo efectivo. Lo que sí digo es que en Girls el amor se reduce a su dimensión sexual. O material, como ejemplifica Marnie (****). El amor queda encapsulado como una emoción primaria, instintiva, donde no hay resquicios para, ni siquiera, cierta inteligencia emocional. Adam y su forma de tratar a Natalia constituye el ejemplo palmario; la visualmente fascinante escapada de Hannah con el médico cuarentón, desde una perspectiva más delicada, también transmite el mismo mensaje.

(***) Como es evidente, las etiquetas genéricas no se aplican a dramedias como esta. Puede que sus capítulos tengan la duración de una comedia, pero en algunos tramos, sobre todo al final, Girls ha transitado los caminos del drama descarnado, sin el bastón de una sola carcajada.

(****) ¿Qué cambia en Charlie para que, de repente, Marnie decida que es el hombre de su vida? ¿Una conversación, una mirada, alguna de esas cursiladas que nos hacen empezar a querer pasar tiempo con alguien? No: que la chica se da cuenta de que su ex es ahora un tipo de éxito. Ains, ¿por qué lo llaman amor cuando quieren decir estatus social?

Ojo, no quiero decir con todo esto que el amor deba ser una cosa matemática. Evidentemente no lo es. Lo que pretendo explicar es que en Girls se obvia que el ser humano -lo que incluye al que ama con intensidad- lo hace también desde el intelecto, no somos puro determinismo emocional, incontrolable, como animalitos que solo saben ir con el corazón en la mano. No. El hombre modela sus emociones, las rectifica, se pelea con ellas, las hace evolucionar, las entiende, las domina, las pierde. Y claro que alberga contradicciones, solo faltaría. Y, sobre todo, esas emociones entran en juego/conflicto con el ámbito laboral, familiar, social, espiritual… ámbitos que no importan aquí, en las decisiones que toman estos personajes, puros autómatas del sentimiento. Todo esto es lo que echo en falta en Girls. De ahí que su visión del amor (y de la vida) me resulte tan anticuada: hija destacada del romanticismo más banal; el hombre reducido a pulsión. Un asunto tan complejo y rico solventado con el manotazo de un cliché simplista. Y por eso, aunque la secuencia final resulte emocionante, es tan manipuladora: porque surge de la nada, es un recurso de folletín.

Como es lógico, alguien podrá objetarme: “Precisamente ese tipo de amor superficial y de confusión vital es lo que quiere reflejar Lena Dunham con sus personajes; por eso van tan de culo sus vidas, porque se agarran a los asideros equivocados”. OK. Entiendo esa lectura y capto la condena implícita que supone esa bajada a los infiernos que Dunham inflige a sus personajes, por supuesto. Como entiendo que el mensaje que transmite la serie es que hay que querer a la gente como es. Nada nuevo ni especialmente revolucionario. Solo cuestiono que lo que presenta como amor… realmente lo sea.

Pero también reconozco que, ante ese nuevo blindaje (“Lena Dunham busca transmitir esto así”), no tengo contraargumento racional posible.

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Algunos comentarios aislados:

-Lo de las “toneladas de tinta”. Hasta que aterricen Mad Men o Juego de tronos, la serie que más pasión suscita es Girls. Decía arriba que me parece lógico: va con la marca HBO y su tradicional intento de ofrecer contenidos “transgresores”. Mi opinión es que se les ha ido la mano, cayendo en el sensacionalismo, como citábamos al reflexionar sobre la explicitud en Juego de tronos.  Tras el ping-pong en pelotas (perdón por la redundancia) y el pipí con el culo mirando hacia las vías del tren (para eso, ¿qué sentido tiene retirarse a una esquina, miarma?), empecé a sospechar que lo verdaderamente rompedor sería que Lena Dunham acabara un episodio con toda la ropa puesta… (Lean, al respecto, esto de The Onion, es muy bueno).

Reconozco que en pleno 2013 -donde hasta el desnudo pasa por herramienta política- me sorprende que despelotarse pase por algo transgresor, sinceramente. He llegado a leer que así Dunham reivindicaba un cuerpo femenino diferente (como si un cuerpo femenino diferente fuera algo malo). Y yo repito: ¡leñe, qué manía, que la chica es guapa y su mirada tiene duende! Y no, no pesa 250 kilos: no es tan diferente. También he leído el clásico argumento del realismo… como si el encuentro fortuito tras volver del hospital o la cabalgada final del quijote Adam entrara en la lógica de lo verosímil.

-Junto a esto, tenemos el famoso cierre del 2.9., un momento “seminal” en la historia de la televisión, como brillantemente titulaban en Slate. Lo primero: no es tan innovador; la gente se olvida de Tell Me You Love Me. Lo segundo, es un momento muy, muy desagradable (como pretende serlo), pero no es una violación; por desgracia, una violación es algo muchísimo más espantoso. Tercero: entiendo el porqué desde una perspectiva dramática, pero el “money shot” (simpático el término en inglés, eh) es un plano que busca el escándalo. Puro exhibicionismo. Y esta obsesión constante por epatar resulta muy rentable mediáticamente, pero le resta valor artístico a Girls, como explica Mary McNamara: “Dunham sabe cómo clavar perfectamente un momento con una mirada o una frase, pero demasiado a menudo parece tan ocupada buscando un árbol sobre el que mear, que se olvida de contemplar la amplitud y la profundidad del bosque que la rodea”.

Diamantes en serie