‘Homeland’: secretos y mentiras

“¿No sería un consuelo dejar de mentir?”.

Si tuviera que elegir una frase, me quedaría con ese lamento de Carrie ante un Brody destrozado emocional, psicológica y físicamente. Preguntas y respuestas. “Questions & Answers”. Un bálsamo: dejar de mentir.

(Fuente: TV.com)

Sobre esta dicotomía verdad-mentira se edifica la fortaleza emocional de Homeland (en España por Fox). La grandeza de “New Car Smell” (2.4.) y “Q&A” (2.5.) -los dos mejores episodios de la temporada y en el top 5 del año- se asienta en dos personajes que se aman con máscara y disfraz. La gracia está en detectar las semillas genuinas que se emboscan en el juego de gato y ratón que caracteriza a Carrie y a Brody.

(Espoilers de la segunda temporada) ¿Cuánto hay de estrategia amatoria en Carrie para romper las defensas del ex-marine? ¿Cómo sabemos si la fragilidad de Brody con la analista de la CIA no es una excusa para acercarse de nuevo a un objetivo “militar”? Este claqué identitario que cruza infinidad de veces las esferas íntima y profesional de cada uno ha insuflado a la relación entre Carrie y Brody una ambigüedad que, aunque suene paradójico, ha multiplicado el vigor afectivo a base de hacerle repetir al espectador una y otra vez la misma pregunta: ¿son reales estos sentimientos o están mintiendo(nos) para lograr algo? Lo más pejiguero es que en cada encuentro siempre hay amor y mentira; solo varían los porcentajes.

Sin embargo, lo que durante la primera mitad de esta temporada ha ofrecido uno de los mejores tramos de la ficción televisiva de los últimos años, empezó a dar volantazos en su carrera hacia la posteridad. La blogosfera estadounidense, azuzada por las trampas narrativas de la serie -mejor dicho, por sus exageraciones en la verosimilitud- ha entrado en una curiosa espiral de amor-odio hacia Homeland (en el Huffington enlazan todo; merece la pena seguir el rastro). Está muy justificado y, en parte, tiene que ver con la urgencia que impera en las reseñas semanales: lo que ahora es blanco, la semana que viene puede tornarse sepia e ir despistando conspiraciones con tinta de calamar. Abu Nazir se mata de forma estúpida… porque estaba inmolándose por el timo de largo recorrido. Así tiene más sentido esa estética excesiva de peli de terror ochentera con la que se despide el sanguinario terrorista. Andaba teatralizando su adiós para asegurar credibilidad y CNN; una forma más de que el enemigo baje la guardia.

Tras tocar el cielo con una tensión emocional y una narrativa suicida, durante varios capítulos, Homeland ha luchado contra su talón de Aquiles: la verosimilitud. Partamos de lo evidente: el pacto de lectura de Homeland, como buena serie de espionaje, nos impone un salto de credibilidad al proponernos un soldado que regresa ocho años después con la misión de asesinar al vicepresidente de los EE.UU. Díganlo en voz alta en la cena de Navidad y verán lo absurdo que resulta fuera de contexto. Mas ahí no reside el problema. Firmamos la propuesta aceptando esa hipótesis genérica y sus inevitables jardines (la facilidad de los líderes terroristas para entrar en suelo americano, los chalecos explosivos que fallan en el clímax o los congresistas que hacen de todo menos atender labores congresuales…).

El problema llega cuando se rompen las propias reglas del juego que Homeland ha establecido y en la que ha educado a sus espectadores desde el piloto. Hace catacrac. Si nos fijamos, durante el año pasado tragamos varias licencias narrativas porque la potencia dramática no descansaba en ellas. Eran excusas, adornos, empujones para llevar a los personajes al límite, al cuerpo a cuerpo psicológico y sentimental donde se zurraban con mentiras, jódetes, alientos, desalientos, melancolía Coltrane y ataduras (ese es el término preciso, como explica Mittel) imposibles.

Esta segunda temporada ha comenzado por la misma senda. Un ejemplo: el pinchazo del coche con el sastre o las pastillas de Carrie vomitadas a tiempo. Minucias a las que no pretendías exprimirles el tuétano porque, en el fondo, eran solo música de acompañamiento. La verosimilitud de la trama no estorbaba a la más decisiva: la verosimilitud emocional, ésa en la que Homeland ha alcanzado el sobresaliente -la matrícula de honor, incluso- con unos personajes contra las cuerdas, siempre a punto de explotar. Lo importante era escuchar a los sabuesos cercar a Brody, dolernos con Saul al rebajar los gemidos de su ojito derecho o ver cómo Carrie se dejaba la piel consolando al que, en otras circunstancias, debería ser su mayor némesis. Lo sabroso era asistir, atónito, a una serie que se lanzaba en un descenso narrativo sin precedentes ni tiempos muertos, escalando en una barra de bar y en una habitación de hotel un Everest que, en cualquier otro relato seriado, se habría dilatado hasta seis o siete capítulos después.

Lo ocurrido desde “The Smile” (2.1.) hasta el desollamiento afectivo -pura catarsis- de la sala de interrogatorio evidencia la energía que catapulta al relato televisivo, siempre dispuesto a dezbrozar nuevos caminos y cuestionar sus propias reglas de forma brillante. ¿Estirar la intriga sobre la grabación suicida encontrada en Beirut? ¿Jugar al despiste con Estes y otros posibles Salieris? No. Homeland se ha tirado a tumba abierta a explorar sus propias consecuencias, adelantando al final del cuarto capítulo un clímax que podría haber valido para cerrar temporada. Yo no puedo más que aplaudir la osadía.

Sin embargo…

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Siempre hay una puñetera adversativa. La que iba camino de convertirse en una de las mejores temporadas de la historia de la televisión ha ido derrapando en las últimas curvas, por culpa de la dichosa credibilidad. La parte más 24 de Homeland se ha impuesto sobre el drama psicológico, el thriller paranoico y el ensayo geopolítico.

¿Qué ha ocurrido en la segunda mitad? Que elementos marginales a los que permitíamos manga ancha por el efecto emocional que lograban… han ido colonizando el centro de la trama. La peripecia argumental se ha hinchado hasta atraer todas las miradas. Aún diré más: hasta restar fuerza dramática al eje Brody-Carrie, vector principal de toda la serie hasta anteayer.

Recordemos algunas cabriolas: el buscadísimo Abu Nazir entra sin muchas trabas en suelo estadounidense; seis agentes estatales son masacrados en Pittsburgh y la prensa ni se entera; un helicóptero sobrevuela alegremente los alrededores de Washington, el espacio aéreo más vigilado del planeta; Brody se mueve como Pedro por su casa por el despacho del vicepresidente del país más poderoso del mundo; es posible provocar un paro cardíaco manipulando un marcapasos a cientos de kilómetros (!!); Carrie regresa a su lugar de cautiverio, atestado de marines armados hasta los dientes, y le basta una explicación de urgencia a Quinn para no contar nada de su complicidad con la muerte de Walden; tropecientos GIJoes han peinado la zona pero, ay, se les ha olvidado esa esquinita de la que solo se percata Carrie; en pleno cuartel de la CIA, alguien es capaz de mover el coche de Brody (amenaza gigantesca hasta hace dos días) hasta el centro de la plaza; la pareja escapa del armaggedon en Langley con inaudita facilidad y, ayay, Carrie resulta sacarse de la manga un plan B para escapar del país con pasaportes, puntos Iberia y billetes sin marcar.

¿No es un poco demasié? Vale. Aceptemos que muchos de estos saltos se justifican por el maléfico plan del suicida Abu Nazir, tan inteligente y calculador que -además de tener colaboradores dentro de la propia CIA- ha sabido prever todos las reacciones emocionales y los movimientos de sus marionetas en un fraude propio de El golpe. En ese caso, es muuuucho prever porque vale que con Brody ha tomado la merienda en la madrasa y conoce su alma atormentada… ¡pero ser capaz de anticiparse al vaivén bipolar de la imprevisible Mrs. Mathison!

Este rosario de casualidades y excesos deja un regusto agridulce, empañando una temporada espectacular que día sí, día también, nos dejaba el corazón en un puño y la mandíbula por los suelos. El guaperas de Quinn -aparte de obsequiar esponjosas réplicas “pinchando” a Carrie– ha sido una adición interesante al reparto. Su concienciada lata de atún final casa con el personaje: él, siguiendo la lógica que Brody lleva al paroxismo, sacará del mapa a todo aquel que quiera dañar a los Estados Unidos. Incluidos sus superiores.

Además, su personaje zurce complejidad política y moral en la telaraña, puesto que esas black ops (que lidera el personaje de Murray Abraham) vuelven al disparo de siempre: ¿el fin justifica los medios? ¿Puede un estado, escudándose en la lógica de la guerra, saltarse sus propias leyes y mecanismos jurídicos para salvaguardar la democracia? ¿Hasta qué punto la excepcionalidad del terrorismo habilita “soluciones excepcionales” para combatirlo? ¿Libertad o seguridad? ¿Saul Berenson o David Estes? ¿Saul Berenson o Dar Adal? En este punto, más que en ningún otro, no es casualidad que Homeland sea una adaptación de un formato israelí, una sociedad que cada mañana se hace esas difíciles preguntas durante los krispies.

Por eso, a pesar de sus agujeros de guión, el salvaje atentado final resulta interesante y polémico en su proyección ideológica, mucho más maquiavélica (¿realista?) de lo que parece. Más, si cabe, tras la inesperada discusión entre Nazir y Carrie en “Broken Hearts” (2.10.). En una serie acusada de anti-islámica por el Guardian (y hasta de “glamourizar la tortura“), el resultado de la batalla es desolador para la democracia. El Estado de Derecho (en España lo hemos visto durante décadas, por desgracia) siempre lleva las de perder. El nihilismo terrorista las de ganar. Aquí se constata. Saul pierde. Carrie también fracasa, con el añadido de haber ocultado su complicidad en el atentado de Walden. Los 200 asesinados en el atentado, por supuesto que pierden. Solo gana el terrorismo y su sangrienta postal. Y eso también resulta devastador.

(Fuente: Fox España)

En efecto, una premisa tan extrema tenía fecha de caducidad. El prisionero de guerra ha cerrado su círculo, incluso volviendo a esa cabaña donde tan feliz fue con Carrie. No se puede estirar más, por mucho que Brody haya quedado con vida (los que aventuraban finales apostaban por su muerte; no habría sido mala decisión, puestos a relanzar la serie). Ahora, tras el ajetreo de la season finale, queda claro que Homeland ha de dar un golpe de timón. Los productores no anticipan demasiadas pistas: compartirá aroma, personajes y género, pero nos espera algo distinto. Con muchos interrogantes, como escriben en ABC, pero muy distinto. No se puede sostener más si no quieren tirar definitivamente por la borda todo lo extraordinario que nos ha regalado en esta temporada de secretos, amores, muertes y mentiras.

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Otras observaciones sueltas:

-Un ejemplo de cómo un elemento inane de la trama puede integrarse siempre que no se chiclee es el accidente de Finn y Dana (una excelente actriz, no se me enfaden). Inicialmente lo vi como un estúpido  borrón en el fascinante “Q&A” y me temí una insufrible subtrama adolescente de culpa y chantaje bastante a desmano. Sin embargo, los guionistas tenían claro la función de ese incidente: probar la corrupción institucional y las “reglas del juego” entre la élite política y sus esferas de influencia. Al mismo tiempo, servía un doble propósito: desde el punto de vista dramático, supuso un acicate para ver crecer (decrecer más bien) la relación de Dana con su padre; desde el punto de vista narrativo, servía para reconectar, por enésima vez, a Carrie con Brody, con aquella conversación en la puerta de la comisaría. En todo caso, se trata de un ejemplo de cómo una línea argumental pobre se emplea con fertilidad para empujar otras cuestiones del rompecabezas. Ocupa dos o tres episodios, cumple su misión y listo. Así sí.

-No sé si es algún tipo de broma interna, pero el cameo del año es para Seth Gilliam, el Carver de The Wire: una frase en la tienda del sastre y ¡pum! Casi tan certera como la de ascender al bueno de David Marciano a personaje regular; juraría que aparece más en el primer año.

-El año pasado ya dije que mi favorito es Saul. El minimalismo gestual de Mandy Patinkin -especialmente luminoso en su infortunado viaje a la prisión (2.7.) y en la contención dolorida de la season finale– queda habitualmente eclipsado por el terremoto emocional que transmiten Claire Danes y Damien Lewis. Los dos están estupendos, sobre todo en esos capítulos donde no aciertas a distinguir cuánto hay de anzuelo y cuánto de sentimiento genuino. Por eso, por ejemplo, resultan tan excelentes momentos como el de Brody quitándose el antifaz y revelando todo su odio al moribundo Walden. La verdad es que es una serie con un nivel actoral impresionante (aunque las muecas de llanto de Danes empiezan a resultar más que previsibles).

Homeland arrasará en los Globos de Oro.

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