Los zombies también son de Venus

Escribíamos: “Mientras que la mitología vampírica reflexiona en torno al amor y al deseo sexual y los hombres-lobo apuntan hacia la animalidad del hombre, los zombies -seres planos que jamás empatizan con sus víctimas- suelen ofrecer una lectura más sociopolítica. O lo que es lo mismo, que “los zombies son de Marte y los vampiros de Venus“.

No tan rápido, Nahum.

Los géneros son como las cucarachas de aquel anuncio: nacen, crecen, se reproducen y mueren. En los últimos tiempos, una de las autopistas más transitadas (aunque no sea una tendencia nueva, ni mucho menos A. Romero) es la de los zombies. Los hay en todas sus variantes: rápidos, lentos, listos, tontos…

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Lo que no se había explorado aún (*), no al menos en propuestas masivas al alcance del gran público, es la humanidad del zombie.

(*) No se había explorado de manera explícita: algunas de las secuencias más emocionantes de The Walking Dead nacen, precisamente, de los rastros humanos que quedan en tal o cual caminante. Aún hoy, la secuencia más desgarradora de la serie sigue siendo ésta del piloto.

Con ese destornillador se ejecuta la última vuelta de tuerca del género: en el cine con Warm Bodies (amantes de Skins, vean el tráiler); en la televisión con la sorprendente In The Flesh, que emitió la BBC 3 hace pocas semanas. Por diversas razones, la crítica británica la ha emparentado con The Fades y con Being Human. De acuerdo. Para mí, lo interesante es constatar la fertilidad genérica: cómo el propio arte encuentra fórmulas -desde el manierismo, la subversión o la autoparodia- para conjurar el cansancio narrativo.

Zombie_drama_In_The_Flesh_comes_to_BBC3(Levísimos espoilers sobre la premisa de la serie; si no eres muy alérgico, puedes seguir)

En este sentido, la premisa de In The Flesh resulta chispeante en su atrevimiento: tras una suerte de Guerra Civil contra los zombies, los humanos han vencido y la sociedad ha conseguido tratar el estado de los “rabiosos” como una enfermedad crónica. Los tienen confinados en gigantescos centros sanitarios donde médicos, biólogos y psiquiatras tratan a estos afectados por el “Síndrome de Parcialmente Muertos”. Cuando están preparados (¿curados?), los devuelven a sus vidas antiguas.

Un punto de partida así es apasionante. Muy original. Y la serie, creada por el joven y ya prometedor Dominic Mitchell, hace un excelente trabajo por ganarse al espectador desde las primeras secuencias. El regreso a casa (a una familia que no tiene manual de instrucciones para el regreso de los muertos), la confrontación con un entorno hostil (un pequeño pueblo que creó una milicia para combatir a los salvajes) y, sobre todo, el drama adolescente de alguien que no encuentra su sitio. Todo ello tratado con buen gusto estético y actores solventes, como manda el canon british.

Desde sus inicios, el subgénero de los zombies destaca por su lectura política. Un recipiente ideal para que asomen la patita todas las ansiedades del presente. Aquí, Mitchell habilita una premisa tan abierta que las alegorías pueden oscilar desde el conflicto de Irlanda del Norte o el regreso del soldado hasta el racismo, la homofobia, el SIDA o la eutanasia. Escojan la que quieran. Yo, sinceramente, no sabría por cuál apostar. Quizá no haya que hacerlo por ninguna y simplemente disfrutar una historia de amor, amistad, resentimiento, rabia, dolor y aceptación.

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In the Flesh evidencia las ganas de la televisión británica por innovar y apostar por savia nueva, tanto en los jóvenes actores como en el productor ejecutivo de la serie. Son solo tres episodios, por lo que resulta fácil hincarle el diente. ¿Su problema? Que resulta muy desigual y se desinfla en el tercer y último capítulo, cuando la intriga, el melodrama, la lectura ideológica y el peso del pasado tienen que dar un salto adelante y juntar fuerzas. Ahí emerge el cliché y ciertas líneas argumentales se cosen con torpeza. Entre tanto, In the Flesh regala una audaz renovación genérica, un puñado de momentos muy emocionantes y una reflexión social que, aunque desgarradora, nos hace mirarnos al espejo. Porque, ¿tú qué habrías hecho? ¿Añorarías, entonces, Marte?

Diamantes en serie